Las voces eran resolutas, metálicas, con espasmos de óxidos en su sonido recalcitrante; eran, un eco mustio, al acorde del lento andar en esa atmósfera sofocante de esos tórridos días de invierno. Y esa noche en particular, una bruma densa y sofocante se alza como látigo ardiente que marca la espalda del deseoso de libertad.
Su nombre, ¿ Cuál era su nombre?, ése nombre que percutía una y una, y otra vez en sus oídos, y en su mente las imágenes atiborradas de caos torturaban su ser, su esencia. Y su nombre era sonido de esas voces que retumbaban dentro suyo, sin embargo, él lo recordaba; sólo que la rigidez de su lengua no le permitía modular las sílabas... De su nombre.
Por primera vez sentía frío, dolor,temor,soledad, inquietud, debilidad; sus manos temblaban, o eso era lo que se vislumbraba tras esa cortina nocturna.
Esa noche de julio, esa noche densa, en atmósfera poluída y corroído, llena de voces vivientes por diestra y siniestra lacerando su ser, de ojos cristalizados y corazón ensimismado.
Esa noche de negrura extrema, sería el amanecer en el levantarse terrenal, para uno más de los caídos.
© Santiago Morinigo.
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